lunes, 30 de diciembre de 2013
Tres poemas de
“La escena imperfecta”, Ediciones Último Reino, Buenos Aires, 1996.
Cuaderno chileno
En Ancud
Mujeres
hamacándose
en la noche
del Fuerte San Antonio.
Ellas cruzan
el aire
asomando sus
piernas entre las amapolas leves
de sus
faldas.
Han sacado
sus niñas a lo oscuro
y en el
envión parecen alcanzarlas.
Fuman graves
los hombres
detenidos
frente al negro agujero del océano.
Es enero en
Ancud, el mes de las visitas.
¿Quién impone
el olvido?
¿Quién
propicia el misterio que nos trae
a esta cita?
¿Es el sur?
¿Es el mar?
Nos protege
el silencio.
Debajo de los
párpados se desliza la espuma.
En esta isla,
lejos, hoy
todo
sufrimiento se perdona.
¿Quién impone
la vida
en la noche
del Fuerte San Antonio?
¿Acaso el
sur, el mar?
Es redondo el
instante, extendida la dicha,
más allá de
sus límites se apura la mañana.
Bahía Mansa
Entre aljabas
y helechos, a través de las nalcas
trepo a la
altura.
El mar,
abajo, pleno, seguro de sus dones.
Trepo y las
piernas recobran ese nuevo placer
casi
olvidado.
Mi corazón
viene conmigo, alegre, dando saltos.
En el muelle
los
pescadores limpian congrios.
Cuchillo en
mano, sin errores
en sus
precisos gestos.
Hacen
callados su trabajo
pisando con
las botas
la sangre del
pescado en los charcos.
Las gaviotas
esperan.
Siguen
atentas el brazo que se alza
y en un
revuelo de chillidos y plumas
se lanzan a
buscar el alimento.
Brillan las
superficies, interrogan.
Estoy rodeado
de impresiones puras.
No cabe en el
milagro la apariencia.
San Juan de la Costa
A celebrar el
día
hemos ido al
mercado
por el borde
del mar.
Trajimos
habas, choclos,
arvejitas
azules, gruesos dientes de ajo
y un róbalo
violeta.
Para el amor
y el hambre
disponemos el
cuerpo,
preparamos la
boca,
entregamos
las manos.
Para el amor
y el hambre
abrimos las
ventanas
encendemos el
fuego.
Para el amor
¿sabemos
detenernos?
¿Es certero
quien dice:
para el amor, detuve,
para el hambre, apuré?
Según hambre
o amor
elige el
tiempo
diferente
pasos.
La sangre
adelanta o retrasa.
¿Es certero
quien dice
si adelanta o
retrasa
según hambre
o amor:
yo apuré, yo detuve?
martes, 24 de septiembre de 2013
Cantos de la gaviota cocinera - Antología personal, Graciela Cros, por Amargord Ediciones, Colección Candela, Madrid, 2013. Escribe Luciana A. Mellado.
Cantos de la gaviota cocinera precipita, desde su título, una
poderosa imagen del juego que la poeta argentina Graciela Cros propone en este
nuevo libro, editado en Madrid, por Amargord Ediciones (2013). El umbral del
texto advierte sobre una expresividad animal que deviene en animalidad expresiva.
Esta pequeña ave, que parece doméstica pero no lo es, que parece domesticada
pero no lo está, forma su mirada y su graznido a través de la experiencia del
vuelo y la distancia. Guarda marcas de un lugar, la Patagonia, y de un modo
de habitarlo, en movimiento; pero el Sur no se impone como cartografía, ya que,
como observa lúcidamente Concha García en el prólogo, “es un territorio que no
está configurado por la poeta como país ni como nación”.
Graciela Cros nació en
la provincia de Buenos Aires y escogió vivir en la Patagonia argentina a
partir de los años 70. Esta región, como ámbito de creación electivo,
representa, como ella misma afirma en su conferencia “Escribir poesía en la Patagonia. La senda
del coirón: ¿reflexión o metáfora?”, un domicilio existencial y un lugar de
enunciación. Pero sus coordenadas no componen los barrotes de una jaula localista
o folklorizante del decir literario, sino, por el contrario, se disponen bajo
el estricto trazado de una geografía poética e imaginaria.
El libro ofrece varias ramificaciones
de genealogías familiares y textuales que trazan una matria formada por
hermanas y madres literarias, de carne ficticia o real, Emma y Plath, Cordelia
y Vilariño, Mrs. Parker y Bishop, entre tantas otras. Las afiliaciones sugeridas
son nervaduras que dibujan un nombre propio, cuyo acento en el género es
ineludible. “Una mujer que piensa duerme con monstruos” dice Adrianne Rich. Esta idea
describe con exquisita precisión una gran zona de la poesía de Cros, que además
de cuestionar el disciplinamiento de la “incesante geisha” que exige el
imaginario discursivo y social dominante, asume el pensar como un problema y un
riesgo. El pensamiento es “carozo en el fruto” de la experiencia, y viceversa.
No hay escisión posible entre el cuerpo y el conocimiento, entre el cuerpo y la
poesía. Por eso, la poeta reconoce que su poesía “es mejor que la de algunos hombres”, pero debe
“mandarla a la tintorería /a que le quiten las manchas de menstruación”. Esa
sangre, justamente, es indicio de una diferencia y de una incomodidad que Cros
cultiva con paciencia.
El ocultamiento del
cuerpo femenino bajo la sombra de lo abyecto y la invisibilización de sus demandas
y deseos son combatidos en la obra de Graciela Cros en general, y en este libro en
particular, a través de escenas imperfectas en las que un rostro en primera
persona exhibe las heridas y las cicatrices de una poesía que es “contradictoria”.
Su
poesía incomoda, “ama el riesgo”, “se niega a ser adorno”. Empuja a los
lectores a subir al árbol y a desear el aliento del
animal salvaje que ha trepado con ellos. Nadie saldrá ileso del ritmo estricto
de esta poeta que se prolonga debajo de las mesas y no se embelesa con el
follaje que crece hacia arriba y será hojarasca en el invierno.
Juan
Carlos Moisés, otro gran poeta patagónico, afirma que un poeta es “un ojo que
mira”, “un ojo deforme”. Ambas imágenes encajan perfectamente con la propuesta
de este libro que selecciona y compila muchas otras producciones de la autora,
desde Pares partes, de 1985, hasta la
conferencia ya aludida, dictada en Casa América de Cataluña y Casa América de
Madrid en 2012.
El
universo poético, magistralmente narrado en varias ocasiones, se despliega como
ejercicio de la mirada, como desplazamiento de un ver que oscila entre lo
inmenso y lo pequeño, el detalle y la desmesura. Todo se integra bajo versiones que escenifican
la distancia, la cercanía doliente, lo lejano. Y aunque Graciela Cros toque
“palabras a través de una tela”, en cada verso lo real se vuelve denso, y el
ojo que mira se abalanza sobre la piel profunda del sentido.
La lengua poética aflora en el combate con otras lenguas
y usos. Comparte con ellas
saberes, pero los desaloja del claustro del desciframiento comprensivo. La poesía de Cros ofrece la ebullición de las
preguntas que no enfría con la quietud de las respuestas. Celebra su doble y
persistente extranjería de la mirada y la lengua en cada interrogante. Por esa
extranjería resiste la traducción de los signos y
sus opacidades a una lengua franca, y entrega con insistencia, siempre ectópica, el resuello que media entre la boca que come y
la que habla.
Con ustedes, Cantos
de la gaviota cocinera de Graciela Cros. Un riesgo.
Luciana A. Mellado
Comodoro Rivadavia, Patagonia argentina. Primavera de 2013.
lunes, 29 de julio de 2013
¡Descubra las Novedades en Colección Candela Amargord!
Cantos de la gaviota cocinera. Graciela Cros
http://amargordediciones.es/candela/
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Cantos de la gaviota cocinera. Graciela Cros
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martes, 23 de julio de 2013
Nueva
edición de "CORDELIA EN
GUATEMALA"
de Graciela Cros
de Graciela Cros
Ediciones La liebre gris, Bariloche, junio 2013.
Revista Archivos del Sur
http://www.archivosdelsur-lecturas.blogspot.com.ar/2013/07/cordelia-en-guatemala-graciela-cros.html
http://www.archivosdelsur-lecturas.blogspot.com.ar/2013/07/cordelia-en-guatemala-graciela-cros.html
De cómo Graciela Cros dio a luz a “Cordelia en
Guatemala”,
atravesando otras
Cordelias y otras lenguas en el transcurso de su saga.
Hacer de lo
imaginario una virtud
El concepto de creación ex-nihilo es desarrollado por
Lacan en su Seminario 7, “La ética del Psicoanálisis”, donde habla de un vacío
(una nada, un agujero) que “crea”
o a partir del cual se crea. (Modelamos esa nada porque
somos naturalmente alfareros). La metáfora del alfarero la toma del Antiguo
Testamento, pero para Lacan la creación ex nihilo crea en el mundo natural por
medio de la irrupción de La Palabra. Cuando
leemos “Cordelia en Guatemala”, podríamos llegar a creer que estamos ante un verdadero
libro (un cuerpo, un objeto artístico, una construcción de
palabras, un edificio neoclásico ligeramente parecido a un calabozo como un
grabado de Piranesi).
Pero no.
Lo que tenemos entre manos es un vacío, un hueco, un huevo
hueco en su vacío. La empolladura de la materia poética en su perfecta anomalía
de objeto sin acabar. La noticia es que Graciela Cros ha puesto un artefacto
estético de singularidad extrema a circular por el mundo de la Poesía.
Hueco, huevo, empolladura hueca. Desde ese vacío se
desenrolla el mutis por el foro, una auténtica despedida: del canon patriarcal,
del lugar común “poesía escrita por mujeres”, de cualquier clase de señuelos
(hasta un hijo - vástago- podría convertirse en “señuelo”). Los “señuelos”, al
parecer, estarían destinados a la muerte, a la danza juvenil de una pelvis, a
la más burda mutilación: “dedos cortados a cuchillo”. Únicamente los ex poetas,
“estrategas en blanco y negro”, fabricarían “señuelos”. Esta Cordelia, en lugar
de señuelos, habría podido impulsar otra clase de objetos, a saber:
a) una elegía (a la muerte de su padre),
b) un treno (a la muerte de su amor Cara de caballo Juan
Cassavettes);
c) un señuelo (hijo -vástago- o anzuelo recubierto de
brillantina carmesí o film en blanco y negro).
Pero no.
Cordelia en Guatemala (21 lenguas aborígenes habla,
pronuncia, fuma), a diferencia de “La niña de Guatemala, la que se murió de
amor” (José Martí dixit), “mueve la propia lengua”, “construye un instrumento
de sentir”, “TRABAJA TRABAJA TRABAJA” la máquina verbal; como si dijéramos que
Cordelia, ex nihilo, crea crea crea en el mundo natural por medio de la
irrupción de las palabras tramadas en su
lengua. Con ellas modela la nada, lo vacío, coloca la cáscara, bordea, desova
(aquí, la función poética del lenguaje, impuro deslizarse de los sentidos, nos
trae a Susana Thénon, otra gran desovante): Cordelia des-ova UN HUEVO.
Pero no.
Luego de haberse derramado en sus algodones menstruales,
Cordelia anida por fuera de su útero, se prepara a desovar en el exterior de su
cuerpo. Habiendo enterrado a su padre, ello
será su matria; habiendo olvidado su infancia, ella será la extranjera que aún
no ha dicho su palabra porque todavía es una Cordelia visitada por la muerte.
Desde ese más allá que aporta la extranjería, habrá de construir su más acá
(“parcela” es palabra clave en esta saga; en una parcela de tierra yace el
cadáver del padre; con aguja e hilo, Cordelia coserá su parcela de abrigo en
este mundo: el huipil).
Pero no.
Habrá filtraciones (como ocurre en las parcelas de los
enterramientos nuevos): extranjera en busca de su palabra, es visitada por la
muerte, y en mitad del dolor, Cordelia pondrá un huevo. Y comenzará a
empollarlo, “Hija fiel a solas con su huevo”.
Pero no.
El empollamiento supuso la caída de Cordelia en su túnel,
en su duelo (duelo de su anterior persona, CORDELIA HIJA DE CORDELIA, no por
casualidad hablante y exhalante en 21 lenguas matrices): miró dentro del huevo,
no vio nada. El huevo, acaso ese agujero en blanco y negro donde antes hubo
infancia, era un vacío donde estaba cuajando su condición de abandonable. (“Y
en la caída oyó su voz de niña gritar llena de espanto”). Entonces, a lo largo
de 100 versos, Cordelia llora. Interminablemente llorará por la pérdida del
sentido otorgado a las cosas cuando se es abandonado por la voz de la infancia
-voz siempre previa a la lengua que se alcanza en cierta Edad de Oro-. En
tanto, por el muñón configurado en lo
siniestro de la siniestra sangre, goteará
sangre sobre el huevo (esto es el
misterio del poema, el ombligo de un
sueño, escena plena de inaccesibilidad).
Abandonar, cesar,
renunciar
A solas con su huevo, la hija fiel, Cordelia, en el
transcurso de su larga caída se mira sin contemplaciones. Y lo que ve, es básicamente
“UNA MUJER QUE EMPOLLA UN HUEVO”.
Esa mujer, al mirar dentro del huevo, no ve nada. O,
acaso, ve la nada primigenia en su huevo nonato.
Abandonadas las certezas que configuraran los rumbos de la pasada vida de Cordelia antes de
los enterramientos y sus filtraciones, más allá de cualquier deuda hacia
ninguna genealogía o proliferación de lenguas, indecidiblemente cerca / lejos del lado verdadero / falso del estupefaciente hongo
de la más vida de la lengua,
Cordelia, no más aquélla de “ovario florecido”, se decide a mirarse en el
espejo de Cordelia, una cara en primera persona: Cordelia des-ova UN HUEVO.
Hallar consuelo
Cordelia se ha despedido de la pelvis flamígera y ahora es
aquélla que moverá la lengua, lengua
con la que la poesía nos trabaja. Para que no reine la sombra (como cuando
Cordelia era sólo hija, fiel cordera);
para no retornar-se a “su agonía, su conversión más tarde, su estadio de
iguana”, ella habrá de irrumpir con palabras de su lengua en lo aún no creado. Elaborará un artefacto. Trabajará un
instrumento. Construirá una máquina. Fabricará un señuelo VERDADERO: “Cordelia en Guatemala”.
Extraterritorial-mente, Cordelia des-ovó UN HUEVO. Ese UN HUEVO es Cordelia en Guatemala, UNA
POÉTICA.
Alicia Silva Rey.
Publicado en Revista Archivos del Sur
http://www.archivosdelsur-lecturas.blogspot.com.ar/2013/07/cordelia-en-guatemala-graciela-cros.html
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miércoles, 17 de julio de 2013
La liebre gris
Los tulipanes deberían estar encerrados como
animales peligrosos,
escribe
Sylvia Plath,
octubre
también
porque
es octubre es viudo
y
la viudez es peligrosa,
ácida
o amarga,
nunca
dulce.
En
el sur los tulipanes
brillan
en
las mañanas de octubre.
La
vida cruza frente a mí
y
la observo dar saltos
con
el recuerdo
del
que se fue con la muerte
abrazado
a ella
en
un bote que hacía agua
abrazado
a ella
en
un bote que hacía agua
con
una liebre gris
en
la popa
diciéndome
adiós.
domingo, 16 de junio de 2013
REEDICIÓN (SUPEREDICIÓN) DE “CORDELIA EN GUATEMALA”.
por Pablo Rassetto.
Este libro es un Gran Libro. Es un acierto que se reedite porque a algunos se nos pasó por alto, y porque es evidente que este Libro lejos de haber envejecido está en el momento de mostrar todas sus virtudes. Se nos pasó por alto en la vorágine y la estupidez y creímos que era un libro más. Pero no lo es. De ninguna manera lo es. Este libro te lo lees de una sentada porque salta de un lado a otro, repite, espejea, canta, recita y hace muecas, baila. Pero podés volver a él y te va a dar la oportunidad de comprobar que en un Gran Libro esas ocasionales gracias se implican en algo más y mayor: la Forma. Es decir que están implicadas en una intención que solamente se comprueba a través de la relación de cada una con el todo del libro (Y de una vida).
Después de eso, podrás abrir el libro en cualquier parte y reír, llorar, meditar, soñar según tu estado de ánimo: Cordelia siempre va a estar alli, y nunca, nunca, nunca, te va a dejar a gamba.
Cordelia está en el centro de la ironía que recibe – que está dispuesta a recibir – el furibundo vendaval de las peores desgracias y del éxtasis, sabiendo que la contingencia lo devora todo. Así es que decide incorporar el lenguaje que llama ARTEFACTO, MAQUINA VERBAL a un poema ,al lado del que lo llama UN INSTRUMENTO DE SENTIR , o UN SEÑUELO. Y puede ironizar, creo yo que para relativizar con bondad y también para indicar que se está engullendo todo todo, las imposiciones de los académicos y las del lenguaje sentimental de los aficionados.
De tal manera que es un libro para todos y que guarda en sí el deseo y las posibilidad ideal de todo arte: atravesar transversalmente las expectativas de la sociedad y del tiempo al que pertenece.
24 y 25 de mayo. Una lectura de Cordelia en
Guatemala. Geopoesía.
por Paula
Ramírez.
La poesía,
como el conocimiento, está organizada mediante centros de poder, regiones
subalternas y grupos subordinados posibles de mapear. Los lugares y los colores
tienen una función medular en este mapeo por los espacios internos y externos
que transitamos cuando leemos poesía. Graciela Cros comparte y posibilita que
nos encontremos en el territorio de la creación, con todo lo que éste puede dar
de sí, sin pretensiones de fijar los sentidos.
Cordelia en Guatemala
cuestiona el imaginario local establecido como global o universal, erigiéndose
como una poesía otra (Otra no solamente por ser nueva y
distinta sino por estar conectada con una experiencia histórica común: el
colonialismo, frente al cual resulta necesario producir una ruptura, una
transformación en las relaciones sociales desiguales y de dominación que
construyen a los sujetos y a sus mundos).
La obra
va dando cuenta de un proceso, en el cual Cordelia recrea su vida; esa
recreación más que un “recreo” o descanso para luego volver a lo mismo, es un
cambio de posición en las relaciones mantenidas por ella y que la constituyen,
la de hija, la de amante, la de extranjera… transitando desde una posición en
que no tiene voz a una en que tiene una voz propia y polifónica, a la vez.
Este
libro de poemas todo, tiene una alta concentración de sentidos, que hace que
cada quien pueda identificarse y reflejarse, enojarse y pelearse, reírse y
espantarse, acercarse y alejarse, incluyendo las voces “cultas” y las voces
populares para que sean escuchadas desde un lugar preciso. Va articulando
elementos que fuera del arte no se articulan, abriendo posibilidades
insospechadas e inéditas de representarnos y representar el mundo. De este
modo, nos permite sentir y pensar, imaginar, que las cosas pueden ser y hacerse
de otra manera.
En esta
historia que cuenta la poeta, Cordelia pone un Huevo, que
son varios huevos conforme aparecen distintas miradas sobre él en el
transcurrir poético. Nos dice que las mujeres podemos poner huevos! (cualidad
exclusiva de los varones desde la mirada patriarcal colonial). Entonces tenemos
huevos, los empollamos, les otorgamos los contenidos y los vacíos a nuestros
huevos, y hasta exigimos a veces que no nos rompan los huevos, nuestras
creaciones, nuestros puntos de vista, nuestras búsquedas.
Esta Cordelia en Guatemala nos presenta una
cartografía de lugares inapropiados, lugares y posiciones que no están en los
mapas “oficiales” de las relaciones humanas habituales, en medio de una
búsqueda emprendida por un personaje que es un sujeto inapropiable,
invitándonos a hacer de lo imaginario una virtud.
Gardel en Casares
a mi padre, Antonio
Cros, en su memoria.
Como en un
cuento borgeano me cuesta decidir si esta historia que voy a referirles me la
contó mi padre o la soñé. Prefiero imaginar que fue él quien me la hizo conocer
ya que se presta más a que la relate un varón y si ese varón tiene su estampa,
mejor. Lo digo porque esta crónica, a mi juicio, es bastante cinematográfica y
mi viejo, ponderada combinación de Hugo del Carril y Alberto de Mendoza, tenía
una pinta bárbara, y hubiera dado muy bien en una película de aquellos años.
Él me contó que una noche del invierno de
1951, con un frío de la gran siete, así dijo, viniendo del Club Social por la
avenida, dio vuelta a la esquina del Bar Terán pegado a la pared y se tragó a
un tipo que venía en sentido contrario, la cabeza gacha para protegerse de la
baja temperatura, igual que él. El hombre trastabilló y se desparramó en la
vereda. El choque y la sorpresa los
dejaron a los dos unos segundos en suspenso. Enseguida mi padre lo ayudó a
pararse.
Primero pensó que lo había lastimado por lo
que tardaba en acomodarse, después notó que era un tipo de cierta edad (mi
viejo apenas había superado la barrera de los 35), atildado, empilchado como un
maitre de cabaret, con un aire medio fuera de época y bastante entrado en kilos.
El hombre dio señales de recuperación y ante
la pregunta acerca de su estado, lo tranquilizó, restándole importancia al
encontronazo y ahí nomás lo invitó a tomar una ginebra. Mi padre cuenta que
aceptó para no desairarlo y que entraron al Bar Terán donde quedaban algunos de
los parroquianos habituales.
-No, qué me voy lastimar, venía distraído, recordando cosas
-comentó. Le faltaba la chalina de seda blanca, el funyi, y estaba completo:
¡qué pinta de tanguero tenía el tipo! Lo ayudaba la voz, porteña y clara, pero
al mismo tiempo escondida, plegada como un pañuelo doblado en cuatro. Al hablar
se demoraba en soltar las palabras, parecía que las saboreaba deleitándose en
su paladeo, ¡qué facha de tanguero tenía!, dice mi viejo que pensaba.
Cuenta que no podía dejar de mirarlo. ¿Qué
hacía un personaje así en la helada noche de Carlos Casares? El aplomo y la
cancha que desplegaba le resultaban casi familiares, lo remitían a algo
conocido, sin embargo no acertaba a descubrir por qué. En realidad, era un tipo
estrafalario, pero, había que reconocerlo, ya recompuesto tenía un no sé qué
confiable, entrador y convincente.
Se reanimó en unos pocos minutos y cuando le
trajeron la ginebra, se la mandó al buche de un saque y pidió otra. Debajo del
sobretodo llevaba un traje cruzado, de corte antiguo, a rayitas. Mi padre me
contó que no aguantó y le dijo:
-¿Y usted, qué anda haciendo por aquí?
El tipo, bien canchero, lo esquivó desde una
sonrisa de dientes perfectos, blancos como el pelo acicalado y prolijo. Tendría
60 años y en lugar de responder a su pregunta se limitó a seguir sonriendo y no
contestar hasta que dando un golpe en la mesa, demudado, soltó:
_¡Pibe! ¡Mi sombrero! –. Mi viejo cuenta que
saltó de la silla y en unos minutos regresó con el funyi al que una ráfaga
helada había arrastrado hasta la puerta
de la intendencia. Era un ejemplar de fieltro negro, muy usado pero de buena
calidad.
-Hay que abrigarse, mi amigo. Este frío es
una mierda –cuenta mi padre que le dijo antes de largarse a hablar. A hablar de
tango. Sabía un montón. Decía que había viajado mucho cuando era joven, que
tenía cantidad de amigos músicos y que el tango le gustaba de alma. Conocía
detalles de orquestas, intimidades de autores, compositores, cantantes; temas,
grabaciones, sellos discográficos, películas del primer cine sonoro, de todo.
Una memoria notable y una sonrisa a prueba de balas. Al hablar, la cara,
redonda como la luna, se le iluminaba a partir de la boca que no dejaba de
sonreír.
Después de dos horas de charla y varias ginebras,
ya bien entrada la noche, mi viejo cuenta que, pensando en el madrugón del día
siguiente, se despidió del ocasional interlocutor y se fue a su casa. Mientras
cruzaba la plaza se iba despabilando sin dejar de recordar la voz y la simpatía
del desconocido contertulio.
Ya en la cocina, desvelado, puso agua en el
fuego para tomarse un mate y sin saber por qué, empezó a tararear:
“Volver, con la frente marchita... Las
nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir, que es un soplo la vida, que
veinte años no es nada... ”, y ahí algo pasó, algo lo hizo callar y erizarse.
Se quemó al sacar la pava del fuego y salió
corriendo.
Fue por Hipólito Irigoyen hasta la Avda. San Martín,
patrulló el centro para arriba y para abajo, rastrilló Maipú, Chacabuco, Lamadrid,
Sarmiento, Cnel. Suárez, todas, caminó por la Avda Maya una y otra
vez, fue a la estación, no dejó calle sin andar: el tipo había desaparecido, el
Bar Terán cerrado y no quedaba gente a quién preguntar si lo habían visto.
Cuenta mi padre que esa noche se acostó pero
no durmió y que al día siguiente, a pesar de no poder comentarlo con nadie,
estaba seguro, pero seguro seguro, que el célebre muerto en el accidente aéreo
de Medellín no estaba muerto y que la noche anterior habían tomado varias
ginebras juntos en el Bar Terán.
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