martes, 24 de septiembre de 2013

Cantos de la gaviota cocinera - Antología personal, Graciela Cros, por Amargord Ediciones, Colección Candela, Madrid, 2013. Escribe Luciana A. Mellado.





Cantos de la gaviota cocinera precipita, desde su título, una poderosa imagen del juego que la poeta argentina Graciela Cros propone en este nuevo libro, editado en Madrid, por Amargord Ediciones (2013). El umbral del texto advierte sobre una expresividad animal que deviene en animalidad expresiva. Esta pequeña ave, que parece doméstica pero no lo es, que parece domesticada pero no lo está, forma su mirada y su graznido a través de la experiencia del vuelo y la distancia. Guarda marcas de un lugar, la Patagonia, y de un modo de habitarlo, en movimiento; pero el Sur no se impone como cartografía, ya que, como observa lúcidamente Concha García en el prólogo, “es un territorio que no está configurado por la poeta como país ni como nación”.

Graciela Cros nació en la provincia de Buenos Aires y escogió vivir en la Patagonia argentina a partir de los años 70. Esta región, como ámbito de creación electivo, representa, como ella misma afirma en su conferencia “Escribir poesía en la Patagonia. La senda del coirón: ¿reflexión o metáfora?”, un domicilio existencial y un lugar de enunciación. Pero sus coordenadas no componen los barrotes de una jaula localista o folklorizante del decir literario, sino, por el contrario, se disponen bajo el estricto trazado de una geografía poética e imaginaria.

El libro ofrece varias ramificaciones de genealogías familiares y textuales que trazan una matria formada por hermanas y madres literarias, de carne ficticia o real, Emma y Plath, Cordelia y Vilariño, Mrs. Parker y Bishop, entre tantas otras. Las afiliaciones sugeridas son nervaduras que dibujan un nombre propio, cuyo acento en el género es ineludible. “Una mujer que piensa duerme con monstruos” dice Adrianne Rich. Esta idea describe con exquisita precisión una gran zona de la poesía de Cros, que además de cuestionar el disciplinamiento de la “incesante geisha” que exige el imaginario discursivo y social dominante, asume el pensar como un problema y un riesgo. El pensamiento es “carozo en el fruto” de la experiencia, y viceversa. No hay escisión posible entre el cuerpo y el conocimiento, entre el cuerpo y la poesía. Por eso, la poeta reconoce que su poesía “es mejor que la de algunos hombres”, pero debe “mandarla a la tintorería /a que le quiten las manchas de menstruación”. Esa sangre, justamente, es indicio de una diferencia y de una incomodidad que Cros cultiva con paciencia.

El ocultamiento del cuerpo femenino bajo la sombra de lo abyecto y la invisibilización de sus demandas y deseos son combatidos en la obra de Graciela Cros en general, y en este libro en particular, a través de escenas imperfectas en las que un rostro en primera persona exhibe las heridas y las cicatrices de una poesía que es “contradictoria”.

Su poesía incomoda, “ama el riesgo”, “se niega a ser adorno”. Empuja a los lectores a subir al árbol y a desear el aliento del animal salvaje que ha trepado con ellos. Nadie saldrá ileso del ritmo estricto de esta poeta que se prolonga debajo de las mesas y no se embelesa con el follaje que crece hacia arriba y será hojarasca en el invierno. 

Juan Carlos Moisés, otro gran poeta patagónico, afirma que un poeta es “un ojo que mira”, “un ojo deforme”. Ambas imágenes encajan perfectamente con la propuesta de este libro que selecciona y compila muchas otras producciones de la autora, desde Pares partes, de 1985, hasta la conferencia ya aludida, dictada en Casa América de Cataluña y Casa América de Madrid en 2012.

El universo poético, magistralmente narrado en varias ocasiones, se despliega como ejercicio de la mirada, como desplazamiento de un ver que oscila entre lo inmenso y lo pequeño, el detalle y la desmesura.  Todo se integra bajo versiones que escenifican la distancia, la cercanía doliente, lo lejano. Y aunque Graciela Cros toque “palabras a través de una tela”, en cada verso lo real se vuelve denso, y el ojo que mira se abalanza sobre la piel profunda del sentido.

La lengua poética aflora en el combate con otras lenguas y usos. Comparte con ellas saberes, pero los desaloja del claustro del desciframiento comprensivo.  La poesía de Cros ofrece la ebullición de las preguntas que no enfría con la quietud de las respuestas. Celebra su doble y persistente extranjería de la mirada y la lengua en cada interrogante. Por esa extranjería resiste la traducción de los signos y sus opacidades a una lengua franca, y entrega con insistencia, siempre ectópica,  el resuello que media entre la boca que come y la que habla.

Con ustedes, Cantos de la gaviota cocinera de Graciela Cros. Un riesgo.



Luciana A. Mellado
Comodoro Rivadavia, Patagonia argentina. Primavera de 2013.






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