jueves, 29 de octubre de 2009
No puedo mirar a mi perra enferma
sin recordar la cara /el rostro/ de mi padre.
Hay algo en los ojos del que sufre
que me remite a él.
y estaba creciendo demasiado.
Regresó de la veterinaria confundida y torpe
metida la cabeza en un balde de plástico
Ahora choca contra los marcos, los muebles, las paredes
después /aturdida/ clava el balde en el piso y se aquieta.
No está ciega pero el pseudo cuello isabelino le impide
ver bien
entonces
prefiere
detenerse.
En sus últimos días mi padre tampoco veía bien
aunque su vista era excelente.
La diferencia con mi perra es que él no se detenía.
Durante largas horas ahuyentaba alimañas metidas en su cama
o echaba de su cuarto a desconocidos que buscaban hacerle compañía.
Una noche dijo: -Me estoy volviendo loco.
Lo consolé como pude
pero era cierto
y los dos lo sabíamos.
Por eso no quiero mirar a mi perra.
Los animales que sufren
se parecen.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Siete Ángeles Españoles, del libro "URCA", Libros de Tierra Firme, Bs. As., 1999.
1. Llega a mi casa y trae lo que yo espero de otro. A medias le permito mi boca, mi cuello, mi cintura. Su cuerpo se apasiona con el mío. Lo dejo hacer sin oponer resistencia mientras veo por la ventana qué bello está el jardín.
2. Trae lo que no aguardo. Sin preguntar por mis expectativas se limita a entregar lo que tiene para mí reservado. Yo recuerdo historias sin lógica, argumentos de cine y lo abrazo para bailar Siete ángeles españoles en puntas de pie.
3. De este hombre no necesito defenderme. Admito que me complace su cuidado. Con devoción se ocupa de mi sed sin prometer que lo hará mañana. Hago lo mismo con el jardín en estos días de verano.
4. Sin embargo, no sé si lo conozco suficiente. Él se empeña en mostrar uno que sospecho no es para el resto –digamos, lo que está fuera del jardín y la casa- donde yo no soy la que es para el resto.
5. Aprendí a confiar en este hombre. También he aprendido a no saber que espero su llegada. De este modo, cuando viene se parece a la lluvia que nutre el jardín sin dar aviso. Las cosas que me depara no son las previsibles. Hay páginas en blanco entre nosotros. El nudo que nos ata no se ve.
6. Hay palabras que este hombre no dice. Yo leo el silencio y tampoco las digo. Sabemos en qué moneda cobra lo no dicho. Mientras tanto en el jardín las plantas florecen, se marchitan. Hablo de él cuando callo.
7. Este hombre viene a ofrecer lo que yo espero de otro. ¿Lo que me trae a alguien se lo quita? ¿Lo que me es negado en alguien se acumula? Yo recibo de uno, ansío de otro y no sé qué hacer. Sola, en casa, mirando el jardín, escribo para entender.
domingo, 24 de mayo de 2009
Hugo Padeletti (Alcorta, Santa Fe, 1928)
CANCIÓN DE VIEJO
1
Ya no quiero quedarme.
La amarilla
retama se desecha
donde cava el gusano
y la hormiga cosecha.
Granadas
desistidas
ofenden con su entraña
a la sombra vestida.
Me voy,
el polvo de oro
es mugre envanecida
que, con brillo prestado,
miente lujo.
Cercado
por la sombra,
cruzado
por un tajo,
en mortaja
de sangre
me arrebujo.
7
No tengo consistencia:
Lo que he sido
_en este vago vaho enrarecido_
Me desafía, mío,
pero sesgado. A veces
me apuñalan cardúmenes de peces
y floto ahogado.
Cunde la cigarra
en la siesta oprimente, que resisto,
mas de verde me visto
porque el romero en la maceta existe.
Soy del temple del tiempo:
La veleta
de la torre me cubre de amaranto,
me motea de lila y de violeta,
me deja en blanco.
Tarde he desistido
de ser lo sido,
nada
de todo espero,
pero, víscera al fin,
muriendo impero.
Qué pueden prometernos las vetustas
murallas,
la sumisión, el lento
tenerse de las ruinas?
Yo las veía siempre desde adentro
hasta que en mí la abeja, despertándose,
dijo:
-“Esta miel no es la miel”-
y desertó
de las flores con nombre.
Pero al dejar atrás los colmenares
tasados
(donde el árbol demuestra su razón
en el mango del hacha)
se perdió por el mar, el sumergido
pensamiento del mar
y las mareas
del sentido.
del polvo?
¿El del hambre del tigre
o el de la sangre del cordero?
En la caliente piel
bermeja, en la oculta
porosidad, la pulga prolifera.
¿Qué prolifera, ávido, en la escama
del corazón?
Donde vuelca el verano
los humores usados,
el leopardo reanuda
su vaivén, la pereza
se cuelga de una rama.
Y el guacamayo rojo, en su manto
de sagrado esplendor,
arroja su excremento,
para la resurrección de los muertos,
el ciclo del carbono.