jueves, 29 de octubre de 2009

Pescador al atardecer

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Ellos

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Ellos

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Ellos

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Ellos

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Ellos

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Bote seco

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Después de la pesca

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calma

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Pasillos al mar

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Pasillos al mar

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Pensando en Ana Julia

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botes de pesca

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brillos en la arena

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brillos

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garza blanca

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más aguas

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aguas

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Lagoa de Geriba, invierno 2009

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Los animales que sufren


No puedo mirar a mi perra enferma

sin recordar la cara /el rostro/ de mi padre.

Hay algo en los ojos del que sufre

que me remite a él.


Operaron a mi perra.

Tenía un tumor debajo del ojo

y estaba creciendo demasiado.

Regresó de la veterinaria confundida y torpe

metida la cabeza en un balde de plástico

-cuello isabelino de país periférico-.

Ahora choca contra los marcos, los muebles, las paredes

después /aturdida/ clava el balde en el piso y se aquieta.

No está ciega pero el pseudo cuello isabelino le impide

ver bien

entonces

prefiere

detenerse.

En sus últimos días mi padre tampoco veía bien

aunque su vista era excelente.

La diferencia con mi perra es que él no se detenía.

Durante largas horas ahuyentaba alimañas metidas en su cama

o echaba de su cuarto a desconocidos que buscaban hacerle compañía.

Una noche dijo: -Me estoy volviendo loco.

Lo consolé como pude

pero era cierto

y los dos lo sabíamos.

Por eso no quiero mirar a mi perra.

Los animales que sufren

se parecen.




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miércoles, 28 de octubre de 2009

La realidad ondula



Posted by PicasaINVIERNO


Es agosto, 25, le escribo a Mansilla.
El viento sopla caliente.
Vaporosos y perplejos, de a ratos
pesados y entusiastas,
vagamos por las calles
flotando como en un espejismo.

La realidad ondula.
Todo lo que existe se curva.
Redondea.

Perdido el arte de la conversación
por causa de la extranjería,
la lengua ajena me sostiene en vilo.

Recuerdo unos versos de Idea Vilariño,
no sé si cito bien,
“Estás lejos y al sur, allí no son las cuatro”
y me alarma no tener en quién pensar
ahora, cuando los pienso.

¿Cómo haré para escribir sin tener
en quién pensar cuando escribo?

Intento comprender por qué estoy aquí
y sólo se me ocurren razones poco valederas.
No soy nadie
bajo este sol difícil de calificar
sin caer en el exceso o el lugar común.
Es curiosa esta contingencia en la que carezco
o aparento carecer, de historia, identidad o rumbo.

Paso el invierno junto al mar, entre palmeras,
bebiendo cachaça batida con maracujá,
en este pueblo de pescadores ruidosos
que ríen de cosas incomprensibles para mí
y responden a nombres musicales y extravagantes
como Nironi Aluisio o Argemiro Patrocinio.
En vano trato de copiar su expansiva alegría.
Todo lo que consigo es tachar borradores
en los que hablo de pasar el invierno
junto al mar, con palmeras.

Lagoa de Geribá, invierno 2009

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Siete Ángeles Españoles, del libro "URCA", Libros de Tierra Firme, Bs. As., 1999.

SIETE ÁNGELES ESPAÑOLES>

1. Llega a mi casa y trae lo que yo espero de otro. A medias le permito mi boca, mi cuello, mi cintura. Su cuerpo se apasiona con el mío. Lo dejo hacer sin oponer resistencia mientras veo por la ventana qué bello está el jardín.

2. Trae lo que no aguardo. Sin preguntar por mis expectativas se limita a entregar lo que tiene para mí reservado. Yo recuerdo historias sin lógica, argumentos de cine y lo abrazo para bailar Siete ángeles españoles en puntas de pie.

3. De este hombre no necesito defenderme. Admito que me complace su cuidado. Con devoción se ocupa de mi sed sin prometer que lo hará mañana. Hago lo mismo con el jardín en estos días de verano.

4. Sin embargo, no sé si lo conozco suficiente. Él se empeña en mostrar uno que sospecho no es para el resto –digamos, lo que está fuera del jardín y la casa- donde yo no soy la que es para el resto.

5. Aprendí a confiar en este hombre. También he aprendido a no saber que espero su llegada. De este modo, cuando viene se parece a la lluvia que nutre el jardín sin dar aviso. Las cosas que me depara no son las previsibles. Hay páginas en blanco entre nosotros. El nudo que nos ata no se ve.

6. Hay palabras que este hombre no dice. Yo leo el silencio y tampoco las digo. Sabemos en qué moneda cobra lo no dicho. Mientras tanto en el jardín las plantas florecen, se marchitan. Hablo de él cuando callo.

7. Este hombre viene a ofrecer lo que yo espero de otro. ¿Lo que me trae a alguien se lo quita? ¿Lo que me es negado en alguien se acumula? Yo recibo de uno, ansío de otro y no sé qué hacer. Sola, en casa, mirando el jardín, escribo para entender.

domingo, 24 de mayo de 2009

Hugo Padeletti (Alcorta, Santa Fe, 1928)








CANCIÓN DE VIEJO

1
Ya no quiero quedarme.
La amarilla
retama se desecha

donde cava el gusano
y la hormiga cosecha.
Granadas

desistidas
ofenden con su entraña
a la sombra vestida.

Me voy,
el polvo de oro
es mugre envanecida

que, con brillo prestado,
miente lujo.
Cercado

por la sombra,
cruzado
por un tajo,
en mortaja
de sangre
me arrebujo.




7

No tengo consistencia:
Lo que he sido
_en este vago vaho enrarecido_

Me desafía, mío,
pero sesgado. A veces
me apuñalan cardúmenes de peces

y floto ahogado.
Cunde la cigarra
en la siesta oprimente, que resisto,

mas de verde me visto
porque el romero en la maceta existe.
Soy del temple del tiempo:

La veleta
de la torre me cubre de amaranto,
me motea de lila y de violeta,

me deja en blanco.
Tarde he desistido
de ser lo sido,
nada
de todo espero,
pero, víscera al fin,

muriendo impero.



FÁBULA

Qué pueden prometernos las vetustas
murallas,
la sumisión, el lento
tenerse de las ruinas?


Yo las veía siempre desde adentro
hasta que en mí la abeja, despertándose,
dijo:
-“Esta miel no es la miel”-
y desertó
de las flores con nombre.



Pero al dejar atrás los colmenares
tasados
(donde el árbol demuestra su razón
en el mango del hacha)


se perdió por el mar, el sumergido
pensamiento del mar
y las mareas
del sentido.



¿QUÉ CALOR PREFERIR EN LOS DESIERTOS DEL POLVO?
 
¿Qué calor preferir en los desiertos
del polvo?

¿El del hambre del tigre
o el de la sangre del cordero?

En la caliente piel
bermeja, en la oculta
porosidad, la pulga prolifera.

¿Qué prolifera, ávido, en la escama
del corazón?

Donde vuelca el verano
los humores usados,
el leopardo reanuda
su vaivén, la pereza
se cuelga de una rama.

Y el guacamayo rojo, en su manto
de sagrado esplendor,
arroja su excremento,
para la resurrección de los muertos,
el ciclo del carbono.