La realidad ondula
INVIERNO
Es agosto, 25, le escribo a Mansilla.
El viento sopla caliente.
Vaporosos y perplejos, de a ratos
pesados y entusiastas,
vagamos por las calles
flotando como en un espejismo.
La realidad ondula.
Todo lo que existe se curva.
Redondea.
Perdido el arte de la conversación
por causa de la extranjería,
la lengua ajena me sostiene en vilo.
Recuerdo unos versos de Idea Vilariño,
no sé si cito bien,
“Estás lejos y al sur, allí no son las cuatro”
y me alarma no tener en quién pensar
ahora, cuando los pienso.
¿Cómo haré para escribir sin tener
en quién pensar cuando escribo?
Intento comprender por qué estoy aquí
y sólo se me ocurren razones poco valederas.
No soy nadie
bajo este sol difícil de calificar
sin caer en el exceso o el lugar común.
Es curiosa esta contingencia en la que carezco
o aparento carecer, de historia, identidad o rumbo.
Paso el invierno junto al mar, entre palmeras,
bebiendo cachaça batida con maracujá,
en este pueblo de pescadores ruidosos
que ríen de cosas incomprensibles para mí
y responden a nombres musicales y extravagantes
como Nironi Aluisio o Argemiro Patrocinio.
En vano trato de copiar su expansiva alegría.
Todo lo que consigo es tachar borradores
en los que hablo de pasar el invierno
junto al mar, con palmeras.
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