ROBERTO MANZANO
YO JUNTO CON LAS MANOS, CON LOS OJOS, CON LAS SIENES…
Yo junto con las
manos, con los ojos, con las sienes: siempre estoy sediento de seres y de
cosas, hambriento de verdad y hermosura;
admiro los
enlaces, las pitas invisibles, los eslabones finos, los engranajes más
profundos, las hiladuras más aéreas;
todos los seres
y cosas se me asocian en imágenes análogas como de padre a hijo, como de
sobrino a concuñado;
por todos los
senderos vienen hacia mis dedos, hacia el iris de mi corazón, veedor y tejedor
incansable, turbinero fragante;
todo se
arremolina en mi alma como un vórtice solidario, como un pozo que circula
proyectando espirales sucesivas;
convergencia del
oxígeno y del olivino, de las letras y los sentidos, de los ojos y las almas,
de los astros, las yerbas y los bueyes;
padezco una
vigilancia enorme, una haladura continua, todo lo atraigo a los bolsillos de
mis versos, al jolongo sonoro;
estoy parado
siempre, aunque me desplace, en un pozo a donde caen los seres y las cosas como
las astillas regresando al tronco;
mi corazón crece
como un frijol húmedo o un loco mamey procurando nitrógeno y pulpa, fijeza y
dulzura;
mis brazos se
alargan como ramas delirantes, tienen vocación de pulpos celestes, de grúa devolvedora
del planeta;
me gustan las
espigas balanceándose contra el viento, los caballos galopando por las playas
solitarias, el silencio azul de las praderas;
me gustan las
habitaciones extensas y altas, llenas de páginas y herramientas, de donde salen
las sustancias y los pensamientos;
ay, tengo el
dolor de los errores, de las culpas, de los tropiezos, de las caídas donde se
malogra el destino;
pero tengo
también la fe inoxidable, la pujanza del que levanta su lucero del lodo, del
que acicala sus propias ánforas;
yo soy rápido de
perdón, inválido para el rencor, conmigo puedes hablar como si los dos ya nos
hubiéramos muerto;
todo lo junto,
lo coso con la aguja de mi esperanza, con la algarabía de seres y de cosas que
canta en mi pulso;
me gustan las
cornucopias, que acumulan formas, y los relojes, que coordinan funciones;
prefiero la
abundancia y el sistema, el desorden de la pasión y de la bondad, la claridad
griega de la inteligencia;
todo lo junto
con hambre, con sed, dentro de una extraña plenitud que desdeña lo partidario y
lo fraccionario;
soy mílite de lo
que crece hacia la luz, aunque no sepan los libros y los estatutos responder a
ese crecimiento;
me acerco por
todos los deltas del espíritu hacia el equilibrio que, como un eje móvil, nos
adhiere al horizonte!
GUSTO DE VER SOBRE LA MESA CIERTAS FRUTAS AGRUPADAS COMO
PÉTALOS…
Gusto de ver
sobre la mesa ciertas frutas agrupadas como pétalos, pues ellas saturan los
ojos, ávidos del color diverso de la vida;
pero me gusta
más ver tu mirada de semilla, tus manos en mis manos, palpar con mis yemas el
ritmo intermedio de tus senos;
sentir el roce
de la hermosa fruta de tu vientre, curvada y promisoria, ese geoide fascinante
que ofrece tu cintura;
tu vientre
equidista de todo, distribuye arquitecturas deliciosas, centralidad del mundo,
Macchu Pichu del cielo;
desde tu vientre
parten expediciones invisibles, los cordeles espumosos de la gracia, los
fósforos fragantes del fervor;
en tu vientre
canta la espiral de tu ombligo, cenote de Liliput, moneda cóncava, ojo primario
de la vida;
tu vientre se
clausura arriba, se ciñe contra tus vísceras hasta que es una faja y un gozne
de movida elocuencia;
la piel de tu
vientre es como una pulida sortija, como una transparencia de caracol rosado,
como un paladar celeste;
hacia arriba tu
vientre es solidario y se prolonga en dos colinas estrábicas hacia donde corre
ansiosa la boca;
hacia abajo tu
vientre se abre desde el abejeo oscurecido del pubis en dos litorales donde
demorar los labios;
tu vientre es un
blando cosechero, todo lo coordina y expande hacia la edificación soterrada del
hijo;
tu vientre
zarandea al planeta, como un péndulo líquido, gira sobre los arranques rítmicos
de la entrega;
tu vientre crece
hacia los costados con la misma voluntad de las guayabas, con la misma amplitud
de los cometas;
a tu vientre me
echo, bajo tus manos de gladiolo, para oír como un indio qué bisontes de
ternura trae el horizonte.
AHORA TENGO UNAS GANAS ENORMES DE AULLAR…
Ahora tengo unas
ganas enormes de aullar, oh Munch, de dar un largo lamento sonoro como una
estentórea muralla china;
oh Munch, en el
puente que junta los dos cadalsos me sostendría en la baranda gris para
desbridar un gran aullido;
espejo del arte,
que guardas el instante raro como una duplicación absoluta, qué bien cromas lo
incoloro;
vertería un
ronquido extenso, desenfadado de fauces, de modo que exhalara de un solo soplo
todo el ácido del dolor;
porque ahora
exhumo un gran dolor que no es élego ni hímnico, ni flemático ni atlético, ni
femenil ni varonil;
es un dolor,
Vallejo, sin sabor ni expediente, hincado como una mala vértebra en la sucesión
congojosa del vivir;
Munch, para un
resonar así con los bronquios del alma hay que poner la baranda, el peso del
alma sobre la baranda;
luego que
marbeteen, que ausculten, que desahucien como es usual cuando se ha cumplido la
honradez del dolor;
ahora daría un
aullido de cíclope, de farallón rocoso, de cristal lanzado, de retina pisada,
de viento en el desierto;
y no es conmiseración
ni perdón ni contribución ni ataque alguno lo que ahora pido, en vísperas de un
gran aullido;
sólo deseo
deshabitarme el dolor, como un estertor que de pronto sale y se divide en dos
rostros que se miran de frente;
luego queda el
cráter abierto y regresa el aire del silencio dentro de una inspiración tan
larga como un tren;
y va entrando,
en anillos de tristeza y consuelo, un color de brasa nocturna como una pequeña
fiesta íntima;
y disolviéndose
el contorno inmediato, ven los ojos aún rojos del resuello las nítidas palmeras
de lo distante;
y los grandes
alciones cruzan mientras se levanta convaleciendo el sol sobre las pulidas
aguas del océano.
ASÍ A DÓNDE
VAMOS A IR, SI NECESITAMOS TANTO?
Así a dónde
vamos a ir, si necesitamos tanto? Si todo se gasta un jolongo de algo, un
tranvía de eso y de aquello, un triste diapasón de utensilios;
porque no hay
manera, no basta con las manos, no basta con añadir los pies, las rodillas, los
codos, los hombros, la cabeza;
no basta:
siempre urge una prolongación, un abarque mayor o menor, una hendidura más
larga, una extensión casi planetaria;
en cuanto se
viene desnudos y desnudos nos marchamos, debíamos tener una desnudez
intermedia, pero no es posible;
nos vamos
entretejiendo, envolviéndonos, esposándonos, hilándonos y deshilándonos, oh
Penélope;
y nos vamos
alargando, demorando, sucediéndonos repletos de botones, bocinas, barrenas, oh
Odiseo;
grandes son las
alforjas de nuestro destino, crecen como los gajos de un milagro, pues vivimos
de adminículos;
dependemos de
los artesanos que se especializan, de las industrias que se especializan, de
los países que se especializan;
toda nuestra
libertad radica en el aceite, la sal, la tinta, el petróleo, el papel, el
fósforo, el antibiótico;
toda nuestra
existencia pasa como un hilo por el que trae el ajo, el distribuidor
hidráulico, el mecánico de las imágenes y los dientes;
oh Edison, cómo
es posible? hacia dónde vamos a ir si ya necesitamos de este modo? hacia dónde,
si somos tantos, y demandamos tanto?;
cuántas
cucharitas de diversos tipos, cuántos cuchillitos para los pies, los panes, los
pescados;
cuántos espejos
y cremas, cuántas tenazas y esmeriles, cuántos títulos y expedientes, cuántos
galones y planillas;
cuántas sogas y
diademas, detectores y lentes, armas y bebidas, aviones y peinetas, espátulas y
misiles;
y hemos olvidado
los matices simbólicos del cielo, el sabor del rocío o de la yerba macerada
bajo las caderas del amor;
a qué olían las
costas de los ríos vírgenes, los langostinos de los arroyuelos, las manos de la
amada dentro de las hojas del sasafrás solemne?;
fíjate bien,
Tersites, que todo es agotable, insostenible, deleznable, expulsable, pero goza
de un acabado perfecto;
fíjate que todo
fosforece en líneas puras, pero es para un sólo golpe de boca o para el
paréntesis fugitivo del mes;
qué se fizieron
los ebanistas que levantaban aquellos muebles sólidos, aquellas mesas que
atravesaban como barcos las aguas de los siglos?;
qué se fizieron
los artefactos solos, que no formaban cadenas de cadenas, que eran inderivables
unos de otros como zafados eslabones?;
oh Plutón, vivir
para tantas cosas grandes y chiquitas, urgentes y bellas, frágiles y
mancomunadas, terminables y extensas;
con cuántos
racimos vive el hombre, dentro de qué férulas, árbol que nunca acaba de gajear
hacia la totalidad del viento.
A VECES, CON LAS
ÚLTIMAS LUCES DE LA TARDE…
A veces, con las
últimas luces de la tarde, van saliendo poco a poco de las estaciones los
pobres y oscuros trenes;
son metálicos y
sucios, atestados de seres presurosos que callan mientras el silbato se despide
de los andenes;
y los postreros
trozos de periódicos van corriendo por el cemento, por debajo de los zapatos,
hasta que caen hacia los rieles brillantes;
y entonces,
entre la luz sesgada de la tarde, cierta luz de bijol y aroma triste, se van
perdiendo los últimos coches;
y yo soy el
viajero, yo siempre soy el viajero, el hombre recostado, meditabundo, que está
parado en el estribo;
soy el viajero
que ha partido y que no ha llegado nunca, que busca lo ilusorio dentro del
túnel de los trenes;
y entonces digo
adiós a todos, y adiós a mí mismo, y estoy diciendo adiós, moviendo el pañuelo
utópico;
y yo tengo una
larga vida detrás, y una larga esperanza delante, y una opresión dolorosa
dentro del corazón que canta mucho;
y a veces soy de
nuevo, siempre soy de nuevo aquel niño rural que veía pasar los pequeños trenes
negros de la infancia;
y cómo es
posible que yo sea todavía aquel niño, que yo tenga por dentro el mismo viaje
de heridora nostalgia?;
son cosas que no
están bien en la evolución de los destinos, porque duele mucho conservar esa
fugacidad dormida;
es mejor ir de
coche en coche bromeando con los restantes ensimismados, con los prójimos
distraídos;
es mejor sacar
los ojos al paisaje, ya deletreado como un salmo visual, como una copla
monótona;
o hundirlos en
las cercas próximas, que van uniendo llenas de prisa sus postes florecidos, sus
muñones negros;
o entrar hacia
el alma, viajera lenta, que cruza con sus bártulos por lo aéreo mientras las
chispas de los raíles copian los primeros destellos de Venus!
BAJO LA SOMBRA
DEL ILANG-ILANG…
Bajo la sombra
del ilang-ilang
escribo con el
sol majado en el mortero del follaje;
allí sentado
escribo, en medio del paisaje
interior que los
hombres en sus casas se dan;
escribo,
mientras los minutos van
cayendo, como
mismo bajan las hojas demoradas;
las manos,
alertadas,
copian en verbo
rápido el suceso;
de cuando en
cuando advierto el leve peso
de monedas solares
desde arriba lanzadas;
pero la sombra
gana la partida
y se siente un
frescor que estimula a cantar;
en este manso
sitio se puede oír el mar
cuando quiebra
su frente en la margen herida;
se podría
escuchar la boda enardecida
del basalto y la
estrella;
o el texto aquel
que dice la querella
—lo cantó Juan
Cristóbal— dentro del bosque umbrío;
soy del planeta,
pero tengo un fragmento mío
donde poner la
huella;
ahora mismo las
voces de los que allí trabajan
escucho:
me gusta mucho
sentir cómo el
sonido y lo silente encajan;
las raíces que
suben, los follajes que bajan
arriban solos a
mi copa honda;
soy la cepa y la
fronda
de un viejo
eslaboneo;
percibo, más
allá de lo que veo,
una luz más
redonda;
tiene que haber
un reino de mayor señorío
y un espacio de
más delgada transparencia;
porque lo eterno
nace desde la contingencia
y a la cumbre se
llega transitando el bajío;
distingo ahora
el impalpable envío
de los otros,
adentro de esta honda soledad;
siento, por
sobre la inconformidad
de mi sangre,
una médula posible;
es algo unible
que se columbra
hacia la oscuridad;
oh tarde
silenciosa,
me siento sin
edad, con todo el tiempo unido;
cómo es posible
si yo no he vivido
mucho más que la
rosa?;
y he sido una
centella de carencia imperiosa
y un duro rayo
de dolor tremendo;
cómo es posible,
qué es lo que no aprendo
dentro de esta
obcecada lucidez?;
ah la altivez
enarbolada en
medio del remiendo;
y no eres dueño
ni de tu propio
sueño;
sólo has tenido,
y al desgaire,
el aire;
pero has sido monarca
del empeño
y de la trémula
mensajería de lo invisible;
se te volvió
escribible
el mundo;
y ardes profundo
igual que un
combustible;
azul derribo, el
resplandor ahora
cae trucidado de
la altura;
dentro de la
blancura
de la página es
una rabia invasora;
hacia la sombra
protectora
corro el
asiento;
y en este
movimiento
toco los nudos
del espacio;
congruencia
viva, todo va despacio
dentro del
pensamiento;
el discurrir
preludia
la idea;
el interés
—polea
pertinaz—
interludia;
la gana estudia
alrededor;
en la boca la
música del verso, ese temblor
convoca;
y la demanda de
seguir provoca
una honda
búsqueda interior!
EL CAMINANTE
A Isaida, Juanita y Oneida
Como un sismo
canto.
Me levanto
del abismo.
Soy yo mismo.
Y los otros.
El Sí mismo, y
el Nosotros.
Reverbera
la pradera.
Ascienden los
blancos potros.
Qué de días
bajo el sol.
Qué crisol
de porfías.
Horas mías,
qué tejido.
Con mis horas me
he cernido.
Me tamiza
la ceniza
del olvido.
El minuto
me fascina.
Breve mina
de absoluto.
Cada fruto
es la entera
primavera.
Y mi vida
es cumplida:
duradera!
No termino.
Me amontono,
y me dono
repentino.
Mi destino
lo amalgama
todo:
ama!
Junta
lo que apunta
cada rama.
Ah los días
de zarcillos
amarillos.
Las sombrías
herrerías
del dolor.
Y el valor
que uno saca
de la opaca
volcadura del
pavor.
Las honduras
que uno toma
cuando la vida
desploma
sus oscuras
coyunturas.
Los estribos
sensitivos
que apuntala.
Lo que hala
con tendones
combativos.
Al espanto
lo conjuro.
De lo oscuro
me levanto
con mi canto.
Salgo. Sueño.
Sobre el ceño,
lumbre:
la costumbre
del empeño!
Aquí estoy,
en la huella.
A la estrella
voy.
Hoy
y mañana.
Mana
la corriente.
Y mi frente
va liviana.
De la vida
hacia el verso.
Universo
en cápsula
comprimida.
Patria unida.
Pleno
seno.
Tema grave,
ya se sabe:
O me salvo, o me
condeno!
A lo oscuro
bajo,
pues trabajo
lo futuro.
Y procuro
el mayor
esplendor.
Y la nota
más ignota
del amor.
Cribo
con el pulso
el impulso
sensitivo.
Me inscribo.
Incorporo
cada poro.
Sudo
bajo el crudo
deterioro.
Y al concluir
alzo
a mi corazón
descalzo
del morir.
Advertir
que la huella,
tras la bella
aventura,
añade al fin en
la altura
una estrella!
EL DISCURSO DE NEZAHUALCÓYOTL
A Juanita Conejero
Somos como las flores: nacemos, y pronto
nos marchitamos…
Job 14.2
Vi cómo asesinaban a mi padre: fue en el bosque, y lo contemplé
todo oculto detrás de un gran tronco: esa pavorosa mirada se encuentra ahí
todavía, encarnada sobre el libro de pinturas.
Cuanto existe se desencarna, pero esta visión permanece: ahí
comenzó lo que fue comienzo profundo, y lo que ya es imagen fija: cualquier
desborde es porque se obstruye el flujo!
Pónganse de pie, cantores: aquí, en esta sala de música,
pónganse de pie; allá, bajo el árbol florido, pónganse de pie: sólo de pie, con
flores y entre todos, puede entonarse un gran canto.
Atavíense, para sostenerse de verdad aunque sea un segundo:
atavíense de flores y cantos para la hermandad, y cantemos puestos de pie la
angustia que significa despedirse algún día.
Estoy muy triste, me aflijo abundantemente: mi angustia vuelve
y vuelve, como un agua ebria, empapándolo todo: pero el canto es como un brillo
fresco, un relente tan alegre!
Agiten el abanico y beban su licor: comience entre todos el
cruce de cantos, jubilosos de flores bien elevadas, porque ésta no es nuestra
casa: de aquí tendremos que marcharnos sin remedio.
Cómo podrá disiparse este disgusto de tener que abandonarlo
todo algún día?: sólo se disipa de verdad con flores y cantos: sólo un corazón
atareado y magno inspira un libro de pinturas.
Mucho hemos hecho, y seguiremos haciendo mucho: no nos paraliza
el disgusto: pero ahora, bajo la lucidez que proporciona elevar flores y
cantos, entra la verdad en nuestro corazón.
Soy cantor, un papagayo de gran cabeza: hágase la danza, que
sólo en la tierra hay placer aunque sea por un instante, y uno se da a conocer
con flores: las flores prestadas de la tierra!
Porque entraremos en la región donde se pierde el cuerpo: habrá
que arribar a la casa del silencio, de la que no se vuelve: es ineludible que
ocurra, y nos iremos de una vez para siempre.
Vibren las sonajas, atiranten los tambores: atavíense como
quetzales y guacamayas: que la gran guacamaya presida, y las águilas y los
tigres beban cacao para la refulgente danza.
Mi corazón también es feliz hasta ahora, debo decirlo, y mucho
más ahora que cruzo mis flores con otros cantores, pero lo tengo todo bien
entendido: tendremos que entrar sin falta en la sombra.
Dador de Vida, padre nuestro, qué pasó con nosotros?:
respetuoso, pero airado, te lo estoy diciendo: tú, que lo invades todo como el
agua y el viento, qué hiciste en verdad con nosotros?
Cómo es que te nos escapas en los espacios?: te he levantado
una torre llena de pisos de paz y gloria, y no te encontramos: nadie sobre la
tierra puede ser tu amigo: te esparces demasiado!
Apiádate de nosotros, que hemos nacido en vano: ciertamente
somos menesterosos, pues la amargura nos invade y conduce: qué dicha puede
haber si partimos y perdemos el cuerpo?
Dador de Vida, sobre la tierra nos embriagas y enloqueces:
quién puede tener aquí éxito verdadero?: sólo alcanzamos a invocarte, porque
nadie entra en la casa del que se inventa a sí mismo.
Cuánto evoco a los reyes que fueron: si los buenos reyes pudieran
regresar ahora, pero fueron quebrados como unos tiestos frágiles: entraron en
el lugar de los carentes de músculos.
Nadie torna de su ausencia: también soy rey, y gobernando he
envejecido: he erigido palacios y templos, calzadas y acueductos, academias y
bosques, cantos y libros de pinturas.
Pero tengo el corazón desolado; me pongo el lustroso collar
delante de águilas y tigres: soy el poeta de la ribera de las nueve corrientes,
pero sufro en la tierra: me sale de adentro la tristeza.
Allá en la ribera de las tórtolas tendré sepulcro después que
me lloren las ancianas alrededor de la estera de plumas amarillas: que me
amortajen como a todos, pues nadie faltará a la cita!
Debajo del árbol florido que me amortajen: soy poeta y mi canto
logrará vivir aquí en la tierra: enderecen el corazón, atavíenlo de flores y
cantos, que éste es el instante auténtico del gozo.
Entremos en la casa de la pintura y vibren los cascabeles:
cante el faisán sobre las flores del canto: agrupémonos a la sombra magnífica del
árbol florido, tanto los tigres como las águilas.
Como las plumas nos esparciremos, con flores de oro y negras,
ataviados con ajorcas de jades, bebiendo cacao con maíz y venerando la amistad,
porque no se puede ser rey dos veces!
EL DISCURSO DE OMAR KHAYYAM
A Jesús Aismar Zamora
Saquí! Exquisito es el vino, y el giro de
tu mano escanciándolo es fascinante:
tu gesto tierno y el terrestre zumo son la
gloria más alta del planeta!
Incitante es la oscilación de tu cintura
bajo la cadencia del arpa,
y el rojo vino se desparrama en la copa
suscitando una alegría sin medida.
Tengo setenta años, y me despabilo a tomar
la copa que ofreces:
me reconforto viendo cómo chispea la vida
en tu vehemente mirada!
Dudas tuve, pero ya no las tengo: lástima que
resulte tan tarde:
ya tengo aprendido que manejamos sólo
fórmulas del pasado o el futuro.
Todo se asienta sobre partículas: la razón
es un acople funcional:
entre dos sombras despierta el instante,
que es todo el intervalo del gozo.
La eternidad es sólo una centella: este
ahora en que el vino se inquieta
derramado en el cristal por un ademán
tuyo, ungido de música y delectación!
Te adelanto cómo son las cosas, para que
estés bien decidida, saquí:
lo que vemos directamente es alucinante:
la vida es misteriosa e involuntaria!
Esto que somos, saturado de anhelante
temblor, es una eventual
simpatía de partículas: una breve y
vanidosa asociación de materias!
Estamos en nosotros, pero sabemos poco de
nosotros: el corazón
no comprende el enigma: los sabios cabales
se encuentran perplejos!
Un parpadeo, y nos fuimos: y nunca
estuvimos realmente a gusto:
viste que se marchitó de pronto el
tulipán, y no volverás a verlo abrirse!
El tiempo es un alfarero: con arcilla
torneó la estilizada cántara,
y el uso la devolvió a la arcilla, de
donde volverá a extraerla en silencio…
Con la arcilla de nuestros cuerpos se
moldearán ladrillos y cántaras:
el aprendiz que está cribando la tierra se
encuentra cribando sesos y ojos.
Las bellas muchachas fueron cien veces
partículas para nuevas jarras:
estoy viendo en las palmas húmedas del
alfarero la mirada de mi padre.
Saquí, la alegría es mi auténtica dote: me
caso con la hija de la vid,
y luego esparzan mis cenizas y empapen mi
tierra con el fragante vino.
La yerba brota de continuo desde los
labios de un ángel yaciente:
va la luna de llena a nueva y de nueva a
llena, y en el muro canta el cuclillo.
En las ruinas del palacio ahora paren
gacelas y reposan zorros:
sólo somos una gota de agua que al agua se
suma y acaba en el mar.
Esto de existir o no existir en verdad es
una quebradiza apariencia:
lo único tangible que tenemos mientras
vivimos es el viento en la mano!
Cuánto gira el mundo: el mundo se
encuentra sujeto a la rueda celeste:
no te vayas a entristecer cuando te
alcance el instante de tu giración.
La copa de mi vida ya rebosa los setenta:
levanto el vino y el tulipán:
maravilloso será atarse con la cabellera
de mi amada, y que gima el arpa!
Todo fluye como el azogue: denme un trozo
de pan, un poco de vino,
un libro de poemas, y tú y yo, mi amada,
sentados en la orilla de un arroyo.
Alza la flor, y bebe vino: las páginas de
existencia pasan sin cesar:
no estés sola: hay que tomarse de las
manos con amor para irradiar la onda.
Como una cuerda es la vida: la tensión
exacta da el más divino tono:
ahora que has entendido el giro canta con
entusiasmo inmenso tu canción!
EL DISCURSO DE ONÁN
El cuerpo, en lances de amor, es parte
indispensable del alma.
Epicuro
No puedo vivir sin ti, compañera.
No puedo sostener solo mis insignias
contra el viento.
Me duele el destino como una mala encía
cuando me falta
tu calor voluptuoso y envolvente, tu
compañía de fragancia y deseo.
Sube una energía. Es una energía tremenda,
llena de furor que sube y se distribuye a
través de mis venas.
Cuerpo mío, cuerpo mío afuera del mío,
déjame
colocar en ti esta energía que es tuya,
pues tiene tu imagen.
Puerta blanda de mi destino, déjame
entrar.
Déjame entrar, umbral dulce de mi vida.
No me faltes ahora que la soledad es ancha
como un desierto,
abierta como una constelación baldía.
Mi sangre, ciega y callada bajo mi piel
para tantas cosas,
para ti es vidente y lúcida, y conoce
perfectamente tu nombre.
Tú te acumulas con los días, vas
sucediendo en los pisos del deseo,
te agolpas cada día como una gana más
honda y más alta.
Y llegado el momento estallas como una
imagen cuyos fragmentos
mis brazos procuran unir antes que se
dispersen en la soledad del mundo.
Pero, dime, estoy solo en estos
pensamientos?
Son míos nada más?
Estos gestos silenciosos sólo ocurren en
mis venas, en mis glándulas,
en mis huesos, en mi frente, en mis ojos
profundos?
No me olvides, que te necesito para ver
dentro de mi propio ser,
para encarnar lo que estoy destinado a ser
desde los gérmenes.
A la derecha, volteando el rostro, veo
que pasas de pronto, como una sombra
fascinante.
A la izquierda, volteando el rostro, veo
que sucedes de súbito, como un espectro
dulce.
Delante y detrás te veo, volteando el
cuerpo. Te veo
en todos los puntos, girando con el alma
en el poliedro del recuerdo.
No hay nada como entrar en ti, lentamente,
como quien silabea una lengua de frutas
invisibles.
Aunque tienes una estirpe, cómo es que te
me presentas
sola sobre la tierra, sin orillas ni
orígenes?
Así, en la soledad, cargado de tu deseo,
de cuya ausencia sufro,
pido no pensar en nada, renuncio a todo,
como un asceta.
Pero no puedo, tu cuerpo se me multiplica
como loca poceta o espejo frenético.
A ti, que te he amado largamente, que te
he conformado en mis visiones,
vuelvo siempre, vuelves, desde el difumino
de la separación y la distancia.
Y tú lo sabes? Te enteras de esos regresos
tuyos
que son enteramente míos?
Sagrada es la mujer desnuda, bien tendida
o en posiciones de fascinación dulce,
cuyos fragmentos corporales distribuye
algún geómetra divino.
Son trozos de constelaciones, firmamentos
curvos que solicitan viaje,
frondas insinuantes del árbol donde el
saber comienza!
Tú, productivamente distribuida, que
tienes tantos puntos hermosos
donde carenar la nave, déjame que mi
atributo te recorra y penetre.
Bajaré a descubrir con mis labios la
totalidad secreta de tus mundos
y te perseguiré los abismos musitando
palabras terribles.
Quiero que tu piel oiga, a través de su
extensión y sus íntimas bordaduras,
el mensaje de mi corazón entregándose.
Tu ausencia duele, como un hueso quebrado.
Duele,
como una sangre quemada. Duele, como una
vida rota por el vacío.
Mujer, luna abierta, con sólo separar un
poco tus muslos
se organiza el universo bajo nuevas leyes.
Tu poder de abertura es inmenso: todo lo
convocas y resurreccionas,
y la sangre apetece desembocar en ti, como
en una patria.
Ven, y no me esperes. Acércate, sin
separarme jamás.
Búscame tú misma, con el mismo impulso con
que yo te busco.
Ven, abeja participante y deseosa,
con tus danzas de rotación y búsqueda.
Sea la refracción de los impulsos, la
devolución
de los desbordes, todos mis avances en tu
avance.
Éste es el amor que va hacia el amor que
viene, los dos amores
del amor, sólo así, los dos hacia la
unidad ardiente!
Amada mía, hecha de antiguas espumas,
criatura loca del aire,
sólo yo te veo en esta soledad de hoy, tan
llena de recordada compañía.
Tu cuerpo no puede ser comparado: no
bastan
las geografías, los vegetales, los
animales voluptuosos.
Habría que inventar una lengua para el
amor,
el esperanto del perfume y el fuego!
El amor está evolucionando delicadamente.
Se está adueñando
de zonas nuevas, y se está abriendo dentro
de la frente como una flor desconocida.
Roberto Manzano (Ciego de Ávila, Cuba, 1949). Poeta y ensayista.
Licenciado en Educación. Máster en Cultura Latinoamericana. Diplomado en
Investigación Cultural. Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2004, de
México, y Premio Nacional de Poesía 2005, de Cuba. Premio Silvestre Balboa 2004.
Premio La Rosa Blanca 2005 de Literatura Infantil. Premio Samuel Feijóo de
Poesía y Medio Ambiente por la Obra de Toda la Vida 2007. Premio Medalla Felipe
Poey de la Sociedad Económica Amigos del País 2007. Ha impartido cursos y
diplomados para la formación de escritores en Cuba, Colombia y Panamá. Ha
ofrecido recitales y conferencias en Estados Unidos, Venezuela, México, Panamá,
China, Paraguay, Colombia. Ha publicado antologías y muestrarios de la poesía
cubana del siglo xix y de los más
recientes poetas cubanos. Tiene numerosos libros de poesía publicados.
Gracias por compartir esto. Manzano es sin dudas uno de los mayores poetas cubanos de la actualidad. Tuve la oportunidad de conocerlo en persona, y su vocación martiana hace que su vida sea semejante a su poesía. Y como con frecuencia ocurre en los buenos poetas, es un buen ensayista y antologador. Por ejemplo, en «El bosque de los símbolos» su análisis del criollismo y el siboneísmo es extraordinario. Creo que ni siquiera Lezama o Cintio Vitier, en sus grandes antologías y estudios de la poesía cubana, habían tenido una comprensión tan profunda y ponderativa de esta parcela poética de la Isla. Es lógico que sea Manzano quien abrace esa zona poética que otros desdeñan. (Misael)
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